La luz de la lámpara de rayos infrarrojos no podía ser visible para nadie. Por eso, cuando cayó su haz sobre la cerradura magnética del Pabellón D, en el Centro de Investigaciones Modernas, absolutamente nadie, en todo el establecimiento destinado a los científicos e investigadores más destacados del país, descubrió anormalidad alguna. Las tinieblas de la noche continuaron siendo las mismas, sin que otra iluminación, salvo la de los distantes reflectores de la aeropista, y los fluorescentes del sendero principal, de acceso a la nave central del recinto cercado, despejara las zonas de sombra.
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La luz de la lámpara de rayos infrarrojos no podía ser visible para nadie. Por eso, cuando cayó su haz sobre la cerradura magnética del Pabellón D, en el Centro de Investigaciones Modernas, absolutamente nadie, en todo el establecimiento destinado a los científicos e investigadores más destacados del país, descubrió anormalidad alguna. Las tinieblas de la noche continuaron siendo las mismas, sin que otra iluminación, salvo la de los distantes reflectores de la aeropista, y los fluorescentes del sendero principal, de acceso a la nave central del recinto cercado, despejara las zonas de sombra.