Las nubes negras se estiraban en el azul oscuro de un cielo avaro de estrellas. La luna, en plenilunio, jugaba un escondite pudoroso con las nubes, como para valorizar más si cabe su brillante y luminosa desnudez. Silbaba el viento en la misma dirección en que se desplazaban las nubes y los árboles se estremecían ateridos, sin osar oponerse a aquel viento que doblegaba sus ramas.
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Las nubes negras se estiraban en el azul oscuro de un cielo avaro de estrellas. La luna, en plenilunio, jugaba un escondite pudoroso con las nubes, como para valorizar más si cabe su brillante y luminosa desnudez. Silbaba el viento en la misma dirección en que se desplazaban las nubes y los árboles se estremecían ateridos, sin osar oponerse a aquel viento que doblegaba sus ramas.