El teniente Brooks levantó la cabeza al oír el timbrazo insistente del teléfono. Observó los tres aparatos telefónicos que tenía sobre su mesa y gruñó decidiéndose por uno de ellos. Algo bajo de estatura, fornido, de cabeza casi cuadrada, pelo hirsuto y recortado al cepillo, el teniente Brooks era un hombre eternamente malhumorado, pero de mirada franca y abierta. —Sí, al diablo —repuso cortando la conversación telefónica. Sonaron unos golpes sobre el cristal, de la puerta del despacho y apareció uno de sus subordinados.
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El teniente Brooks levantó la cabeza al oír el timbrazo insistente del teléfono. Observó los tres aparatos telefónicos que tenía sobre su mesa y gruñó decidiéndose por uno de ellos. Algo bajo de estatura, fornido, de cabeza casi cuadrada, pelo hirsuto y recortado al cepillo, el teniente Brooks era un hombre eternamente malhumorado, pero de mirada franca y abierta. —Sí, al diablo —repuso cortando la conversación telefónica. Sonaron unos golpes sobre el cristal, de la puerta del despacho y apareció uno de sus subordinados.