A la luz de una lujosa lámpara focal, Paul Frangois examinó la ficha personal que tenía delante. En ella había dos fotografías, una de busto y otra completa. La chica era singularmente atractiva, alta, esbelta, rubia. Mas, viéndola simplemente en fotografía, podía decirse que le faltaba pulirse. No tenía el aire de las mujeres de París y tampoco el de las chicas de la Riviera, más abiertas, más llenas de vida y de color que Ariadne Ortie. Paul Frangois era un experto en mujeres, por lo menos así lo creía él y quienes le conocían de cerca, especialmente madame Charcot, propietaria del elegante, confortable y lujoso hotel Cinq Etoiles, ubicado junto a Saint Tropez en la magnífica Costa Azul.