EL SOL era como un globo rojo y dorado, colgado encima de las alturas de las Rocosas del Colorado. En un promontorio situado al otro lado del río Purgatorio, enrojecido por la luz del crepúsculo, un grupo de indios con sus mustangos contemplaban el lento y tortuoso curso de un ferrocarril que trepaba hacia la montaña. Habían transcurrido cinco años desde que el primer diablo de hierro y humo había cruzado las llanuras de Kansas hacia el Colorado, y los indios todavía los contemplaban y dudaban del futuro, temerosos de aquel monstruo ruidoso y silbante, que iba sobre ruedas, y podía destruir la existencia del hombre rojo.
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EL SOL era como un globo rojo y dorado, colgado encima de las alturas de las Rocosas del Colorado. En un promontorio situado al otro lado del río Purgatorio, enrojecido por la luz del crepúsculo, un grupo de indios con sus mustangos contemplaban el lento y tortuoso curso de un ferrocarril que trepaba hacia la montaña. Habían transcurrido cinco años desde que el primer diablo de hierro y humo había cruzado las llanuras de Kansas hacia el Colorado, y los indios todavía los contemplaban y dudaban del futuro, temerosos de aquel monstruo ruidoso y silbante, que iba sobre ruedas, y podía destruir la existencia del hombre rojo.