La extraña llamada le tenía preocupado. Roger B. Stacy conducía el «D.S. Tiburón» granate y negro por el asfalto de los Campos Elíseos. Al fondo, el gran Arco del Triunfo con la llama eterna al soldado desconocido. Pese a ser de madrugada, la circulación por el abigarrado París distaba mucho de ser fluida. Los potentes faros del «Citroen» horadaban una noche que no era oscura, ni por la luna ni por la cantidad de luz que tenía la capital francesa. Ensimismado, mientras conducía casi instintivamente, trataba de hallar una explicación para aquel asunto que se le había presentado inopinadamente, cuando apenas había comenzado a disfrutar el permiso de un mes que se le había concedido por su heroico comportamiento. Ni tiempo material había tenido para cambiarse de ropa e iba vestido con el uniforme de sargento de los «Boinas Verdes».
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La extraña llamada le tenía preocupado. Roger B. Stacy conducía el «D.S. Tiburón» granate y negro por el asfalto de los Campos Elíseos. Al fondo, el gran Arco del Triunfo con la llama eterna al soldado desconocido. Pese a ser de madrugada, la circulación por el abigarrado París distaba mucho de ser fluida. Los potentes faros del «Citroen» horadaban una noche que no era oscura, ni por la luna ni por la cantidad de luz que tenía la capital francesa. Ensimismado, mientras conducía casi instintivamente, trataba de hallar una explicación para aquel asunto que se le había presentado inopinadamente, cuando apenas había comenzado a disfrutar el permiso de un mes que se le había concedido por su heroico comportamiento. Ni tiempo material había tenido para cambiarse de ropa e iba vestido con el uniforme de sargento de los «Boinas Verdes».