La muchacha tenía unos labios suaves y rojos, ardientes como el infierno, y les aseguro a ustedes que sabía lo que podía hacer con ellos. Ella lo estaba haciendo y la víctima de la experiencia era este seguro servidor. Podrían decirse muchas cosas de la manera de besar de Velda, de cómo hacía que uno se sintiera dueño del mundo, flotando a alturas siderales, al mismo tiempo que en una curiosa simbiosis se sentía también descender hasta las profundidades insondables de los instintos más primarios del ser humano. Lo que no podría decirse en ningún caso sería que le dejara a uno indiferente. Era toda una experiencia.
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La muchacha tenía unos labios suaves y rojos, ardientes como el infierno, y les aseguro a ustedes que sabía lo que podía hacer con ellos. Ella lo estaba haciendo y la víctima de la experiencia era este seguro servidor. Podrían decirse muchas cosas de la manera de besar de Velda, de cómo hacía que uno se sintiera dueño del mundo, flotando a alturas siderales, al mismo tiempo que en una curiosa simbiosis se sentía también descender hasta las profundidades insondables de los instintos más primarios del ser humano. Lo que no podría decirse en ningún caso sería que le dejara a uno indiferente. Era toda una experiencia.