El cielo, gris y pesado, parecía tan bajo que pudiera tocarse con la mano. Una espesa bruma se levantaba del mar anulando la poca luz del sol y convirtiendo el día en un anochecer prematuro. El yate, anclado y balanceándose sobre el mar inquieto, apuntaba con su afilada proa a la tierra invisible que había a cuatro millas de distancia. Los dos científicos estaban acodados sobre la borda, expectantes y silenciosos, mientras los escasos tripulantes cumplían cada uno su cometido en silencio, eficientes y seguros. Todos eran hombres seleccionados, duros y bien pagados. Eso y el temor les convertía en fieles auxiliares.
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El cielo, gris y pesado, parecía tan bajo que pudiera tocarse con la mano. Una espesa bruma se levantaba del mar anulando la poca luz del sol y convirtiendo el día en un anochecer prematuro. El yate, anclado y balanceándose sobre el mar inquieto, apuntaba con su afilada proa a la tierra invisible que había a cuatro millas de distancia. Los dos científicos estaban acodados sobre la borda, expectantes y silenciosos, mientras los escasos tripulantes cumplían cada uno su cometido en silencio, eficientes y seguros. Todos eran hombres seleccionados, duros y bien pagados. Eso y el temor les convertía en fieles auxiliares.