Grandes copos de nieve, tan espesos que parecían una blanca sábana que se desplomara sobre Nueva York, velaban las luces y ponían brillos extraños a los pocos anuncios luminosos que resistían la helada invasión. Era una condenada noche para pasarla fuera de casa. Solo echar una ojeada por la ventana me produjo escalofríos. Luego pensé en la voz angustiada de Shelly y, enfundándome en el gabán, tomé el sombrero y me lancé a la escalera.
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Grandes copos de nieve, tan espesos que parecían una blanca sábana que se desplomara sobre Nueva York, velaban las luces y ponían brillos extraños a los pocos anuncios luminosos que resistían la helada invasión. Era una condenada noche para pasarla fuera de casa. Solo echar una ojeada por la ventana me produjo escalofríos. Luego pensé en la voz angustiada de Shelly y, enfundándome en el gabán, tomé el sombrero y me lancé a la escalera.