El automóvil negro brillaba por la fina lluvia de finales de primavera, de una primavera neoyorquina húmeda y neblinosa. No hacía mucho que la ciudad había encendido sus luminarias eléctricas para entablar su batalla diaria contra el oscuro manto de la noche bajo el que se refugiaban miles y miles de hampones.
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El automóvil negro brillaba por la fina lluvia de finales de primavera, de una primavera neoyorquina húmeda y neblinosa. No hacía mucho que la ciudad había encendido sus luminarias eléctricas para entablar su batalla diaria contra el oscuro manto de la noche bajo el que se refugiaban miles y miles de hampones.