El resplandor azulado de la noche, penetrando a través del gran ventanal, llegaba hasta el lecho bañándolo con la luz cálida y silenciosa que se desparramaba sobre sus cuerpos desnudos y en reposo. El aire caliente, el viejo Santa Ana que había soplado durante siglos de vez en cuando, enervando las pasiones, convirtiendo los sueños en pesadillas, les acariciaba turbando su sueño con el calor procedente del desierto. Jeannie despertó, inquieta, y volviéndose miró primero hacia la ventana. Pudo ver los millares de estrellas refulgentes en el lejano firmamento. Diamantes nocturnos en el milagro del universo. Adormecida, pensó que estaban mirándola. Quizá les gustara verla desnuda, con la gloria de su juventud pujante y viva y llena de amor, y excitada por el viejo Santa Ana que rumoreaba en torno a la casa y se colaba por la ventana pegándose a su piel, recorriéndola como un arpegio de dedos calientes y expertos.
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El resplandor azulado de la noche, penetrando a través del gran ventanal, llegaba hasta el lecho bañándolo con la luz cálida y silenciosa que se desparramaba sobre sus cuerpos desnudos y en reposo. El aire caliente, el viejo Santa Ana que había soplado durante siglos de vez en cuando, enervando las pasiones, convirtiendo los sueños en pesadillas, les acariciaba turbando su sueño con el calor procedente del desierto. Jeannie despertó, inquieta, y volviéndose miró primero hacia la ventana. Pudo ver los millares de estrellas refulgentes en el lejano firmamento. Diamantes nocturnos en el milagro del universo. Adormecida, pensó que estaban mirándola. Quizá les gustara verla desnuda, con la gloria de su juventud pujante y viva y llena de amor, y excitada por el viejo Santa Ana que rumoreaba en torno a la casa y se colaba por la ventana pegándose a su piel, recorriéndola como un arpegio de dedos calientes y expertos.