SALÍ a cubierta y me tumbé en la toldilla de popa con la cabeza zumbándome. Demasiado whisky y demasiadas chicas, pensé. Allá abajo oí las risas, la música y el vozarrón del peludo Arthur contándole sus experiencias a alguna de las voraces muchachas que en esa temporada se daban como los hongos. Era una noche oscura como la entrada del infierno. No había luna, pero millares de estrellas jugaban a guiñarse el ojo unas a otras, mientras una brisa cálida susurraba sobre las quietas olas.
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SALÍ a cubierta y me tumbé en la toldilla de popa con la cabeza zumbándome. Demasiado whisky y demasiadas chicas, pensé. Allá abajo oí las risas, la música y el vozarrón del peludo Arthur contándole sus experiencias a alguna de las voraces muchachas que en esa temporada se daban como los hongos. Era una noche oscura como la entrada del infierno. No había luna, pero millares de estrellas jugaban a guiñarse el ojo unas a otras, mientras una brisa cálida susurraba sobre las quietas olas.