Serie Los Justiciero Nº 10. La ciudad estaba llena de carteles electorales. Todo el mundo podía verlos a cualquier hora, en cualquier lugar, mirase adonde mirase. Los había multicolores, chillones como coristas en trajes de Eva. Sobrios y encopetados, familiares, hogareños… Para todos los gustos. Para todas las clases sociales. La mayoría ostentaban la efigie de Simón Rawlins. Un rostro redondo, bonachón, pero de ojos agudos y labios firmes. Mechones grises cubrían sus sienes. Era la estampa clásica del político de profesión, con aspecto aristocrático, pero no tanto que no llegara a interesar también a los que se movían en las capas medias de la sociedad. Botones de solapa con su retrato, sombreros con las insignias de su partido; jerseys con su nombre cruzando la espalda,… todo era lícito para la gigantesca publicidad desencadenada.
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Serie Los Justiciero Nº 10. La ciudad estaba llena de carteles electorales. Todo el mundo podía verlos a cualquier hora, en cualquier lugar, mirase adonde mirase. Los había multicolores, chillones como coristas en trajes de Eva. Sobrios y encopetados, familiares, hogareños… Para todos los gustos. Para todas las clases sociales. La mayoría ostentaban la efigie de Simón Rawlins. Un rostro redondo, bonachón, pero de ojos agudos y labios firmes. Mechones grises cubrían sus sienes. Era la estampa clásica del político de profesión, con aspecto aristocrático, pero no tanto que no llegara a interesar también a los que se movían en las capas medias de la sociedad. Botones de solapa con su retrato, sombreros con las insignias de su partido; jerseys con su nombre cruzando la espalda,… todo era lícito para la gigantesca publicidad desencadenada.