El tren reanudó la marcha y pronto se perdió de vista detrás de una cerrada curva. Arrojé el cigarrillo a la vía, tomé la maleta y busqué la salida andando sin prisa alguna. Los últimos pasajeros que habían hecho el viaje conmigo se apresuraban a tomar los taxis que todavía quedaban en la parada. Yo no me apresuré. ¿Para qué? Tenía todo el tiempo del mundo para mí solo. Contemplé la espaciosa plazoleta que se abría delante de la estación. Había en ella copudos árboles centenarios, arriates de flores bien cuidadas como para justificar el nombre de la ciudad, y poca luz. Los faroles estaban espaciados unos de otros, y dos de ellos no funcionaban.
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El tren reanudó la marcha y pronto se perdió de vista detrás de una cerrada curva. Arrojé el cigarrillo a la vía, tomé la maleta y busqué la salida andando sin prisa alguna. Los últimos pasajeros que habían hecho el viaje conmigo se apresuraban a tomar los taxis que todavía quedaban en la parada. Yo no me apresuré. ¿Para qué? Tenía todo el tiempo del mundo para mí solo. Contemplé la espaciosa plazoleta que se abría delante de la estación. Había en ella copudos árboles centenarios, arriates de flores bien cuidadas como para justificar el nombre de la ciudad, y poca luz. Los faroles estaban espaciados unos de otros, y dos de ellos no funcionaban.