Un rótulo gigantesco sobre la fachada del edificio rezaba: «Terence y Colman». Nada más. Se suponía que Terence y Colman eran lo suficientemente importantes y famosos para que todo el mundo supiera a qué se dedicaban. Johnny Slater se apeó del taxi frente a la marquesina que atravesaba la acera, dio un vistazo a las alturas, al letrero de acero y tubos luminosos que reverberaban al sol, y luego pagó la carrera. El coche se alejó y Johnny cruzó la acera por debajo de la marquesina de toldo multicolor. Había un portero uniformado que le dirigió un vistazo valorativo. No debió juzgar que el recién llegado fuera nadie importante porque desvió la mirada y ni siquiera le saludó.
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Un rótulo gigantesco sobre la fachada del edificio rezaba: «Terence y Colman». Nada más. Se suponía que Terence y Colman eran lo suficientemente importantes y famosos para que todo el mundo supiera a qué se dedicaban. Johnny Slater se apeó del taxi frente a la marquesina que atravesaba la acera, dio un vistazo a las alturas, al letrero de acero y tubos luminosos que reverberaban al sol, y luego pagó la carrera. El coche se alejó y Johnny cruzó la acera por debajo de la marquesina de toldo multicolor. Había un portero uniformado que le dirigió un vistazo valorativo. No debió juzgar que el recién llegado fuera nadie importante porque desvió la mirada y ni siquiera le saludó.