A John Patrick, más conocido en los gimnasios, el mundo del hampa, por la policía de San Francisco y la buena sociedad, por J. P., ya le estaba fastidiando aquella espectadora de primera fila de ring que animaba con tanta vehemencia al moreno contra el que estaba midiendo sus puños. Aquella individua parecía sedienta de sangre y lo que más le molestaba era que la sangre que debía complacer su morbosidad era la suya propia.