El quejido resultó prolongado. Dionisio, el sepulturero, se quedó encogido, incapaz de estirar su cuerpo y dejarlo recto aunque fuera echado sobre la pequeña cama. —Te haces viejo, Dionisio —rezongó el joven alto y barbudo que daba buena cuenta de medio pollo, rudimentariamente asado en la cocina de la vieja casa. —Cuando me coge este maldito lumbago, me quedo torcido durante quince días por le menos —se lamentó. —¿Y por qué no vas a un hospital para que te miren el espinazo? Puedes tener una vértebra mal.
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El quejido resultó prolongado. Dionisio, el sepulturero, se quedó encogido, incapaz de estirar su cuerpo y dejarlo recto aunque fuera echado sobre la pequeña cama. —Te haces viejo, Dionisio —rezongó el joven alto y barbudo que daba buena cuenta de medio pollo, rudimentariamente asado en la cocina de la vieja casa. —Cuando me coge este maldito lumbago, me quedo torcido durante quince días por le menos —se lamentó. —¿Y por qué no vas a un hospital para que te miren el espinazo? Puedes tener una vértebra mal.