Fred Carco ascendió los peldaños acompañado del guardián. Por fin, al cabo da tres años, iba a salir de aquella «ciudad de veraneo». Ahora solo le faltaba la visita al alcaide y el sermón de ritual. Luego, a la calle, a vivir. Durante aquellos tres años fue un recluso modelo. Jamás se quejó de nada, absolutamente, hasta el extremo que por ello tuvo preocupados a sus guardianes. Estos, acostumbrados a tratar con toda clase de delincuentes — asesinos, atracadores, ladrones, criminales pasionales, sádicos—, sabían que quienes no se quejaban nunca eran precisamente los más peligrosos. Solían escaparse en solitario, no organizaban evasiones colectivas ni se confiaban a la convencional ayuda que otros fugitivos pudieran prestarles. Pensaban y esto era un mal síntoma.
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Fred Carco ascendió los peldaños acompañado del guardián. Por fin, al cabo da tres años, iba a salir de aquella «ciudad de veraneo». Ahora solo le faltaba la visita al alcaide y el sermón de ritual. Luego, a la calle, a vivir. Durante aquellos tres años fue un recluso modelo. Jamás se quejó de nada, absolutamente, hasta el extremo que por ello tuvo preocupados a sus guardianes. Estos, acostumbrados a tratar con toda clase de delincuentes — asesinos, atracadores, ladrones, criminales pasionales, sádicos—, sabían que quienes no se quejaban nunca eran precisamente los más peligrosos. Solían escaparse en solitario, no organizaban evasiones colectivas ni se confiaban a la convencional ayuda que otros fugitivos pudieran prestarles. Pensaban y esto era un mal síntoma.