Ahora que sabía que iba a morir en aquel lejano mundo sucio, frío y sin gracia, el hombre que se hacía llamar Lichtwitz dedicó un fugaz pensamiento a su madre, otro a su patria y otro a Dios. De sus cinco enemigos, el de cabello rapado estaba bajando peldaño a peldaño la escalera. A los cuatro restantes no se les veía. Sin duda irrumpirían en cualquier momento por detrás, por la ventana, y entonces el drama habría terminado.