El silbido llenaba el pequeño y casi solitario saloon de San Angelo City, en Texas, acompañado por el rasgueo de una guitarra. Las manos, cuidadas y agiles de Ike Burges hacían vibrar las cuerdas de modo sensible y grato para el que escuchaba. A Burges, más que por el rasgueo de su guitarra o las variaciones sorprendentes de sus silbidos, capaces de imitar los trinos de cualquier clase de pájaro, se le conocía por su revólver fabricado en plata con cañón de acero y la rapidez que lograba con él.
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El silbido llenaba el pequeño y casi solitario saloon de San Angelo City, en Texas, acompañado por el rasgueo de una guitarra. Las manos, cuidadas y agiles de Ike Burges hacían vibrar las cuerdas de modo sensible y grato para el que escuchaba. A Burges, más que por el rasgueo de su guitarra o las variaciones sorprendentes de sus silbidos, capaces de imitar los trinos de cualquier clase de pájaro, se le conocía por su revólver fabricado en plata con cañón de acero y la rapidez que lograba con él.