EL vehículo de delante estaba conducido por la propia mujer. El de detrás, un «Mercury» enorme, llevaba a los seis hombres, contando al conductor. Procedían de la parte alta de la ciudad e iban a una velocidad moderada, respetando cautelosamente todas las señales de tráfico, mezclados y confundidos con el torrente de vehículos que circulaba a aquella hora, las once y media de la mañana. Nadie hubiese adivinado, en la expresión de los rostros de aquellos seis hombres, la decisión interna que les animaba y el propósito que les llevaba a asaltar la Central Bancaria más importante de Nueva York. Parecían mejor un grupo de tranquilos turistas, de gente apacible que hubiese llegado a la ciudad para pasar unas vacaciones bien merecidas. En cuanto a la mujer...
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EL vehículo de delante estaba conducido por la propia mujer. El de detrás, un «Mercury» enorme, llevaba a los seis hombres, contando al conductor. Procedían de la parte alta de la ciudad e iban a una velocidad moderada, respetando cautelosamente todas las señales de tráfico, mezclados y confundidos con el torrente de vehículos que circulaba a aquella hora, las once y media de la mañana. Nadie hubiese adivinado, en la expresión de los rostros de aquellos seis hombres, la decisión interna que les animaba y el propósito que les llevaba a asaltar la Central Bancaria más importante de Nueva York. Parecían mejor un grupo de tranquilos turistas, de gente apacible que hubiese llegado a la ciudad para pasar unas vacaciones bien merecidas. En cuanto a la mujer...