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RICHARD oprimió la palanca, haciendo descender un poco más el helirreactor. Los rotores cortaban alegremente el aire de la mañana, y bajo el aparato a uno y otro lado de la carretera — la llamaban General Road porque era la única, existente y la que servía al tráfico de todo aquel territorio—, se extendían las zonas inundadas de los cultivos hidropónicos, donde las mantas, flotando sobre el agua, crecían y daban sus frutos sin necesidad de estar sujetas al suelo. Richard frunció el entrecejo. A su lado, Pierre Leman, que habitaba en la ciudad, la única gran ciudad de Venus, encendió un cigarrillo. —¿Lo ves? — inquirió Richard—. Agua por todas partes en esos asquerosos cultivos. Y ellos no saben nada. —No se habrán preocupado. —Ésa ha sido mi suerte.