En aquel cielo no había luna. Eso es Venus. Y para Fedor, aquella noche, la oscuridad no representaba más que otra noche. Lo de siempre: vigilancia, paseo de un lado para otro, mirando aquí y allá. Rutina. Era precisamente aquella rutina la que había quitado importancia a la macabra labor de Fedor: un trabajo que hubiese erizado los cabellos de cualquier mortal. Acababa de salir de su casita, situada junto a las tapias del cementerio.