NO pudiendo reprimir su alegría, Bob apretaba el acelerador de su coche monorreactor, a la vez que miraba pasar el paisaje a una velocidad aterradora. La euforia le salía por todos los poros del cuerpo. Ni siquiera la idea de que su esposa no sabía nada podía aminorar el gozo que experimentaba. Sabía que Daisy le perdonaría y comprendería que hubiese ido a Washington antes que a casa. Además, había telefoneado a su domicilio, diciendo a la muchacha que debía salir para hacer un reportaje urgente y que volvería por la noche.
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NO pudiendo reprimir su alegría, Bob apretaba el acelerador de su coche monorreactor, a la vez que miraba pasar el paisaje a una velocidad aterradora. La euforia le salía por todos los poros del cuerpo. Ni siquiera la idea de que su esposa no sabía nada podía aminorar el gozo que experimentaba. Sabía que Daisy le perdonaría y comprendería que hubiese ido a Washington antes que a casa. Además, había telefoneado a su domicilio, diciendo a la muchacha que debía salir para hacer un reportaje urgente y que volvería por la noche.