De mediana estatura, esbeltísima, increíblemente delgada su cintura, rubita, de ojos verdes…, y casi increíble también todo lo demás, la damita entró con paso decidido en la Delegación del FBI de Miami, llevándose tras ella un montón de ojos desorbitados y dejando abiertas docenas de bocas. No era para menos. Pero la damita no parecía recordar que podía ocasionar tal cantidad de taquicardias, de parálisis en ese órgano estúpido e independiente que llamamos corazón. De modo que, como si tal cosa, fue preguntando a unos y a otros «por el tipo que daba las órdenes en aquel lugar».
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De mediana estatura, esbeltísima, increíblemente delgada su cintura, rubita, de ojos verdes…, y casi increíble también todo lo demás, la damita entró con paso decidido en la Delegación del FBI de Miami, llevándose tras ella un montón de ojos desorbitados y dejando abiertas docenas de bocas. No era para menos. Pero la damita no parecía recordar que podía ocasionar tal cantidad de taquicardias, de parálisis en ese órgano estúpido e independiente que llamamos corazón. De modo que, como si tal cosa, fue preguntando a unos y a otros «por el tipo que daba las órdenes en aquel lugar».