El tren se detuvo con molesto chirriar de las ruedas sobre los pulidos raíles. Resoplaba cansadamente, resoplidos humosos, blanquecinos, de humo de vapor contenido. Antes de apearse, Steve aún oyó el leve y sincero suspiro de la jovencita de dorados cabellos y clarísimos ojos. Sonriendo, perezosamente, su figura apareció en el andén. Inmediatamente, el tren tomó a resoplar, jadeante, y prosiguió su camino por las inhóspitas llanuras tejanas. Sólo cuando el tren se había alejado bastante de él dejó de mirarlo. Cansinamente, como agotado, cogió la maleta y se volvió cara a la estación polvorienta y destartalada de Wilbury. Entonces, oyó la voz: —¿Steve Mulligan?
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El tren se detuvo con molesto chirriar de las ruedas sobre los pulidos raíles. Resoplaba cansadamente, resoplidos humosos, blanquecinos, de humo de vapor contenido. Antes de apearse, Steve aún oyó el leve y sincero suspiro de la jovencita de dorados cabellos y clarísimos ojos. Sonriendo, perezosamente, su figura apareció en el andén. Inmediatamente, el tren tomó a resoplar, jadeante, y prosiguió su camino por las inhóspitas llanuras tejanas. Sólo cuando el tren se había alejado bastante de él dejó de mirarlo. Cansinamente, como agotado, cogió la maleta y se volvió cara a la estación polvorienta y destartalada de Wilbury. Entonces, oyó la voz: —¿Steve Mulligan?