En la penumbra del jardín, en un banco de mármol, con las cabezas próximas a las hojas y ramas de los arbustos floridos, había un hombre y una mujer. El hombre había encendido la llama de su encendedor, y prendía dos cigarrillos: uno de ellos lo colocó entre los labios de su compañera.—Gracias, Nelson. Eres muy amable. ¿Qué te han parecido mis poesías?—Magníficas, Eugenia. De veras: magníficas. Tienes sensibilidad, calor, la suficiente exaltación; eres ardiente, imaginativa. Te felicito.
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En la penumbra del jardín, en un banco de mármol, con las cabezas próximas a las hojas y ramas de los arbustos floridos, había un hombre y una mujer. El hombre había encendido la llama de su encendedor, y prendía dos cigarrillos: uno de ellos lo colocó entre los labios de su compañera.—Gracias, Nelson. Eres muy amable. ¿Qué te han parecido mis poesías?—Magníficas, Eugenia. De veras: magníficas. Tienes sensibilidad, calor, la suficiente exaltación; eres ardiente, imaginativa. Te felicito.