Kent Mayfair volvió vivamente la cabeza hacia la puerta del apartamento cuando sonó el timbre. Acto seguido, alzó su antebrazo izquierdo para mirar la hora en el reloj de pulsera. —Caray… ¡Qué puntualidad! —masculló. Echó un último vistazo en torno. Todo parecía estar en perfecto orden, todo dispuesto para la sesión. En el saloncito había solamente una luz encendida, la de una lámpara de pie, en un rincón, desde el que se expandía la tonalidad rojiza debido al color de la pantalla. A un lado, se veían unos cuantos almohadones. En el ambiente había un aroma suavísimo de incienso. Las cortinas de las puertas vidrieras de la terraza, desde la que se podía ver la bahía de Tokio, estaban corridas, así que nada del mundo exterior trascendía al interior del elegante apartamento en una de las más céntricas avenidas de la capital japonesa. Todo perfecto. Impecable.
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Kent Mayfair volvió vivamente la cabeza hacia la puerta del apartamento cuando sonó el timbre. Acto seguido, alzó su antebrazo izquierdo para mirar la hora en el reloj de pulsera. —Caray… ¡Qué puntualidad! —masculló. Echó un último vistazo en torno. Todo parecía estar en perfecto orden, todo dispuesto para la sesión. En el saloncito había solamente una luz encendida, la de una lámpara de pie, en un rincón, desde el que se expandía la tonalidad rojiza debido al color de la pantalla. A un lado, se veían unos cuantos almohadones. En el ambiente había un aroma suavísimo de incienso. Las cortinas de las puertas vidrieras de la terraza, desde la que se podía ver la bahía de Tokio, estaban corridas, así que nada del mundo exterior trascendía al interior del elegante apartamento en una de las más céntricas avenidas de la capital japonesa. Todo perfecto. Impecable.