El camarero estaba secando unos vasos tras el mostrador cuando entró el forastero. Lo había visto poco antes, cuando, aburrido, miraba por una de las ventanas del saloon: un tipo más bien andrajoso, rubio y greñudo, que había aparecido por el extremo norte de la calle del pueblo, jinete sobre polvoriento caballo. Bah, un forastero más. Pasaría unas horas o unos días en Dusty Valley, tomaría unos tragos, y se largaría. Y con suerte, ni siquiera estaría unas horas, sino sólo unos minutos, los justos para tomar un trago y seguir cabalgando…, llevando tras él, seguramente, algún furioso representante de la ley. Un asco.
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El camarero estaba secando unos vasos tras el mostrador cuando entró el forastero. Lo había visto poco antes, cuando, aburrido, miraba por una de las ventanas del saloon: un tipo más bien andrajoso, rubio y greñudo, que había aparecido por el extremo norte de la calle del pueblo, jinete sobre polvoriento caballo. Bah, un forastero más. Pasaría unas horas o unos días en Dusty Valley, tomaría unos tragos, y se largaría. Y con suerte, ni siquiera estaría unas horas, sino sólo unos minutos, los justos para tomar un trago y seguir cabalgando…, llevando tras él, seguramente, algún furioso representante de la ley. Un asco.