Habían llegado a Ciudad México procedentes de Acapulco, donde, evidentemente, habían pasado una buena temporada tomando el sol. Ambos estaban más que convincentemente bronceados, y especialmente ella, con sus grandes y hermosos ojos azules, llamaba mucho la atención. Era alta, de cuerpo espléndido, elegante y rubia como el mismísimo sol. Los mexicanos y los turistas de todo el mundo que paseaban por el parque Chapultepec los miraban con auténtico asombro. El medía metro ochenta y cinco, sus cabellos eran cobrizos y sus ojos negros y quietos. Bronceado, deportivamente vestido, atlético pero sin exageraciones musculares, habría llamado la atención aunque no llevara del brazo una rubia tan absolutamente despampanante.
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Habían llegado a Ciudad México procedentes de Acapulco, donde, evidentemente, habían pasado una buena temporada tomando el sol. Ambos estaban más que convincentemente bronceados, y especialmente ella, con sus grandes y hermosos ojos azules, llamaba mucho la atención. Era alta, de cuerpo espléndido, elegante y rubia como el mismísimo sol. Los mexicanos y los turistas de todo el mundo que paseaban por el parque Chapultepec los miraban con auténtico asombro. El medía metro ochenta y cinco, sus cabellos eran cobrizos y sus ojos negros y quietos. Bronceado, deportivamente vestido, atlético pero sin exageraciones musculares, habría llamado la atención aunque no llevara del brazo una rubia tan absolutamente despampanante.