Cualquier día, en cualquier momento, puede llegar a cualquier pueblo un hombre como Sídney Gannet. Puede que haga el clásico rabioso sol tejano. Quizá sople un poco del viento del llano. Hasta es posible que llueva. Pero, inevitablemente, llega un hombre como Sídney Gannet a cualquier pueblo. Aguadulce. Ése era el pueblo. Había pertenecido a los mejicanos, naturalmente, como toda Tejas. Su nombre era netamente español. Los yanquis se esforzaban en llamarlo Sweetwater, pero los tejanos, aunque ya pertenecían a la Unión, se obstinaban en continuar llamándolo Aguadulce. Los tejanos son los hombres más orgullosos y tercos de toda América. Aguadulce. Y no había más que hablar. Se contaba de un ganadero tejano, cuyo hijo recibió a un forastero con la siguiente pregunta: —¿Es usted tejano, «señor»?
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Cualquier día, en cualquier momento, puede llegar a cualquier pueblo un hombre como Sídney Gannet. Puede que haga el clásico rabioso sol tejano. Quizá sople un poco del viento del llano. Hasta es posible que llueva. Pero, inevitablemente, llega un hombre como Sídney Gannet a cualquier pueblo. Aguadulce. Ése era el pueblo. Había pertenecido a los mejicanos, naturalmente, como toda Tejas. Su nombre era netamente español. Los yanquis se esforzaban en llamarlo Sweetwater, pero los tejanos, aunque ya pertenecían a la Unión, se obstinaban en continuar llamándolo Aguadulce. Los tejanos son los hombres más orgullosos y tercos de toda América. Aguadulce. Y no había más que hablar. Se contaba de un ganadero tejano, cuyo hijo recibió a un forastero con la siguiente pregunta: —¿Es usted tejano, «señor»?