Hacía sol. Mucho sol. Caía casi verticalmente, rabioso, como si quisiera secar todo cuanto hubiese bajo él. El viejo Donahue dejó de masticar el extremo de una pajita, y dijo, muy desganadamente, como si en realidad no le importase. —Maldito sol. Lo dijo así, fríamente, sin poner en la brevísima frase el más mínimo acento exclamativo. Luego, continuó mordisqueando la pajita. Al viejo Donahue le gustaba el sol. Le gustaba tanto que salía a tomarlo precisamente cuando todos los habitantes de Hantville lo rehuían: a la hora de la siesta. —Cómo abrasa el maldito.
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Hacía sol. Mucho sol. Caía casi verticalmente, rabioso, como si quisiera secar todo cuanto hubiese bajo él. El viejo Donahue dejó de masticar el extremo de una pajita, y dijo, muy desganadamente, como si en realidad no le importase. —Maldito sol. Lo dijo así, fríamente, sin poner en la brevísima frase el más mínimo acento exclamativo. Luego, continuó mordisqueando la pajita. Al viejo Donahue le gustaba el sol. Le gustaba tanto que salía a tomarlo precisamente cuando todos los habitantes de Hantville lo rehuían: a la hora de la siesta. —Cómo abrasa el maldito.