Apoyados en la borda, encima mismo del nombre, había dos hombres. Detrás, otros tres. Los dos primeros miraban hacia la lejana costa, que se veía como una ligerísima mancha de color indefinible. Uno de ellos debía tener cincuenta años, y algunos cabellos grises se mezclaban con los negros. El otro tendría treinta y cinco años, muy tostado el rostro, y ni una sola cana en su cabellera. Ancho de hombros, dura la expresión, oscuros los ojos, roquiza la gran mandíbula.