Alexander Jaffa dedicó unos segundos a mirar con toda atención a la señorita Potters. ¿Por qué negarlo? Ésta era una chica preciosa, de brillantes cabellos rojos, ojos verdes, boca roja y besucona, al parecer, y tenía un cuerpo que dejaba en ridículo a cualquier estatua de esas griegas de pretendida belleza. En resumen, la señorita Loretta Potters era lo que en términos vulgares se llama un bombonazo de los que entran dos en docena. Y, colmo de colmos, era joven, deportiva, olía a salud y a frescor, y, por último, sólo con verla inspiraba deseos de vivir.
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Alexander Jaffa dedicó unos segundos a mirar con toda atención a la señorita Potters. ¿Por qué negarlo? Ésta era una chica preciosa, de brillantes cabellos rojos, ojos verdes, boca roja y besucona, al parecer, y tenía un cuerpo que dejaba en ridículo a cualquier estatua de esas griegas de pretendida belleza. En resumen, la señorita Loretta Potters era lo que en términos vulgares se llama un bombonazo de los que entran dos en docena. Y, colmo de colmos, era joven, deportiva, olía a salud y a frescor, y, por último, sólo con verla inspiraba deseos de vivir.