Nina Carrington lo vio llegar. Se acercaba a la casa muy despacio. Siempre ocurría así. Hillel Silverman nunca tenía prisa. Montaba en su caballo, y parecía como si estuviese dispuesto a que el animal tomase sus propias decisiones, y él se conformase con quedar como clavado en la silla, tranquilo, impávido. Hillel Silverman no parecía de esos hombres capaces de excitarse absolutamente por nada.
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Nina Carrington lo vio llegar. Se acercaba a la casa muy despacio. Siempre ocurría así. Hillel Silverman nunca tenía prisa. Montaba en su caballo, y parecía como si estuviese dispuesto a que el animal tomase sus propias decisiones, y él se conformase con quedar como clavado en la silla, tranquilo, impávido. Hillel Silverman no parecía de esos hombres capaces de excitarse absolutamente por nada.