OSCAR WEBB terminaba justamente de peinarse, tras la ducha y un apurado afeitado, cuando sonó la llamada a la puerta de su apartamento en el Boulevard Saint Michel de París, ciudad desde la cual irradiaban todas sus operaciones como agente secreto de la CIA destinado en Europa. Al oír el ding-dong miró su reloj de pulsera, y alzó las cejas con gesto simpático de asombro.
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OSCAR WEBB terminaba justamente de peinarse, tras la ducha y un apurado afeitado, cuando sonó la llamada a la puerta de su apartamento en el Boulevard Saint Michel de París, ciudad desde la cual irradiaban todas sus operaciones como agente secreto de la CIA destinado en Europa. Al oír el ding-dong miró su reloj de pulsera, y alzó las cejas con gesto simpático de asombro.