EN el automóvil iban tres hombres, uno de ellos joven, fuerte, atlético, de atractivo rostro viril, ojos oscuros, mentón sólido. Sus grandes manos parecían capaces de triturar el volante. Este era el que conducía el vehículo. Los otros dos iban en el asiento de atrás. Se parecían bastante, en líneas generales, más que físicamente en su postura, en sus actitudes. De todos modos, el parecido general era muy considerable: ambos eran de mediana estatura, tenían los cabellos grises, vestían con sobria elegancia, y su porte, incluso sentados e inmóviles, era digno y firme. Debían tener, uno y otro, alrededor de cincuenta años, y parecían la corrección en persona.