Cuando entró en su diminuto despacho, Arnold estaba ya allí, siempre tan madrugador, tan puntual. Aunque no más que Winston Ettinger, ya que, en opinión de éste, llegar antes de la hora no es ser más puntual que quien llega exactamente a la hora de iniciar el trabajo. Más madrugador, bueno; pero no más puntual. Arnold le miró, sonriente su cara pecosa de buen muchacho deportista, sano y divertido. —¡Hola, Winston! —Buenos días, Arnold. Repugnante día, ¿verdad? —Hombre, no tanto… ¡Estamos en primavera!
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Cuando entró en su diminuto despacho, Arnold estaba ya allí, siempre tan madrugador, tan puntual. Aunque no más que Winston Ettinger, ya que, en opinión de éste, llegar antes de la hora no es ser más puntual que quien llega exactamente a la hora de iniciar el trabajo. Más madrugador, bueno; pero no más puntual. Arnold le miró, sonriente su cara pecosa de buen muchacho deportista, sano y divertido. —¡Hola, Winston! —Buenos días, Arnold. Repugnante día, ¿verdad? —Hombre, no tanto… ¡Estamos en primavera!