El viejo «Douglas», comprado en un saldo de las fuerzas militares norteamericanas y restaurado para el transporte de mercancías, runruneaba pesadamente. Sus motores, demasiado engrasados para que no fallaran, rezumaban aceite. La velocidad de crucero era corta y el techo, bajo, relativamente bajo, no había posibilidad alguna de que colisionaran con ningún avión comercial que surcase los cielos oceánicos a gran altitud y velocidades subsónicas, pero rápidas. La luna estaba en menguante, apenas se veía.
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El viejo «Douglas», comprado en un saldo de las fuerzas militares norteamericanas y restaurado para el transporte de mercancías, runruneaba pesadamente. Sus motores, demasiado engrasados para que no fallaran, rezumaban aceite. La velocidad de crucero era corta y el techo, bajo, relativamente bajo, no había posibilidad alguna de que colisionaran con ningún avión comercial que surcase los cielos oceánicos a gran altitud y velocidades subsónicas, pero rápidas. La luna estaba en menguante, apenas se veía.