Un solo balazo en el pecho, un poco hacia la izquierda y por tanto en el corazón, había sido, evidentemente, la causa de la muerte. Allí no había misterio alguno. El cadáver del hombre, en pijama, bata y pantuflas, yacía en el sillón, sentado todavía, aunque un tanto deslizado hacia el borde del asiento. Seguramente, al recibir el impacto había saltado un poco, y de ahí el deslizamiento. Tenía los ojos abiertos en un gesto de sobresalto, de espanto final. Seguramente, no había esperado aquello, y, al ver la pistola apuntándole, se había sobresaltado. Lógico. Tampoco aquí había precisamente un gran misterio.
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Un solo balazo en el pecho, un poco hacia la izquierda y por tanto en el corazón, había sido, evidentemente, la causa de la muerte. Allí no había misterio alguno. El cadáver del hombre, en pijama, bata y pantuflas, yacía en el sillón, sentado todavía, aunque un tanto deslizado hacia el borde del asiento. Seguramente, al recibir el impacto había saltado un poco, y de ahí el deslizamiento. Tenía los ojos abiertos en un gesto de sobresalto, de espanto final. Seguramente, no había esperado aquello, y, al ver la pistola apuntándole, se había sobresaltado. Lógico. Tampoco aquí había precisamente un gran misterio.