Hacía poco que había amanecido, pero los dos jinetes ya llevaban rato en las sillas de montar, impávido el rostro, lejana la mirada… Cabalgaban hacia el Sur. Para uno de ellos, aquélla sería la última jornada del viaje. El otro, más joven, todavía tendría algo que hacer para vivir en paz consigo mismo. Los dos llevaban el sombrero muy echado sobre la frente, para proteger los ojos del sol, casi horizontal, todavía pegado a la tierra por el Este. Una bola enorme, amarillenta, pacífica… pero ya cegadora, casi violenta.
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Hacía poco que había amanecido, pero los dos jinetes ya llevaban rato en las sillas de montar, impávido el rostro, lejana la mirada… Cabalgaban hacia el Sur. Para uno de ellos, aquélla sería la última jornada del viaje. El otro, más joven, todavía tendría algo que hacer para vivir en paz consigo mismo. Los dos llevaban el sombrero muy echado sobre la frente, para proteger los ojos del sol, casi horizontal, todavía pegado a la tierra por el Este. Una bola enorme, amarillenta, pacífica… pero ya cegadora, casi violenta.