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En principio, la muchacha parecía un ser afortunado, porque había conseguido estacionar su coche nada menos que allí mismo, en Promenade des Anglais, lo cual no era poco si se considera que es, prácticamente, la vía de más circulación en Niza. Luego, había ido a sentarse a una mesita de la terraza del café La Fleur, y allá había pedido agua tónica. Para cuando se la sirvieron, cualquier observador medianamente atento ya tenía que haberse dado cuenta de que la muchacha estaba con los nervios tensos, preocupada Más aún: angustiada. Y muy pálida. Lástima, porque era un encanto.