Al escenario del «Moulín Rouge» de París había salido una anciana horripilante, que dejó muy impresionados a los espectadores. Era jorobada, coja, tuerta y tenía la cara llena de verrugas; vestía de negro y por debajo del pañuelo que cubría su cabeza escapaban unas greñas blancas, de auténtica bruja. La impresión, ciertamente, resultaba tan fuerte que, por unos segundos, los espectadores quedaron en suspenso.
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Al escenario del «Moulín Rouge» de París había salido una anciana horripilante, que dejó muy impresionados a los espectadores. Era jorobada, coja, tuerta y tenía la cara llena de verrugas; vestía de negro y por debajo del pañuelo que cubría su cabeza escapaban unas greñas blancas, de auténtica bruja. La impresión, ciertamente, resultaba tan fuerte que, por unos segundos, los espectadores quedaron en suspenso.