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El tercer ataúd vacío ya no fue una sorpresa. El primero, sí, ciertamente, lo había sido. A fin de cuentas, cuando a un hombre se le ejecuta, se certifica su defunción, y luego se le mete en un ataúd y se le entierra, lo lógico es que se quede quietecito para siempre en su ataúd… Pues bien. En aquella ocasión, la lógica había fallado. Naturalmente en presencia de las autoridades competentes al caso, se había procedido a la exhumación, con un fracaso total en cuanto a echar un vistazo a los cadáveres.