Jean Duvalier se hallaba en el bar del hotel George V, de París, conversando con tres hombres, todos sentados alrededor de una mesita, cuando vio aparecer al conserje mirando a todos lados. Las miradas de ambos se cruzaron, el conserje hizo una seña discretísima, y Duvalier asintió con la cabeza, haciendo al mismo tiempo una no menos discretísima señal de espera. Dedicó de nuevo su atención a los tres hombres, sonriente. —Bien, supongo que están ustedes de acuerdo, caballeros. Los tres asintieron, y uno comentó: —Sigue pareciéndome todo increíble, pero si es una broma al menos tiene gracia.
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Jean Duvalier se hallaba en el bar del hotel George V, de París, conversando con tres hombres, todos sentados alrededor de una mesita, cuando vio aparecer al conserje mirando a todos lados. Las miradas de ambos se cruzaron, el conserje hizo una seña discretísima, y Duvalier asintió con la cabeza, haciendo al mismo tiempo una no menos discretísima señal de espera. Dedicó de nuevo su atención a los tres hombres, sonriente. —Bien, supongo que están ustedes de acuerdo, caballeros. Los tres asintieron, y uno comentó: —Sigue pareciéndome todo increíble, pero si es una broma al menos tiene gracia.