El teléfono sonó, en el salón del apartamento, cuando Byron Bannister, en la cocina, tendía una taza llena de azúcar a su vecina, la señorita Allister. —¿Tendrá suficiente? —preguntó cortésmente Byron. —Oh, sí… ¡Ya lo creo! En realidad, tengo azúcar en casa, pero no la suficiente. La última vez puse tan poca que el «plumcake» me salió demasiado soso. Por eso me he decidido a molestarle, señor Bannister.
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El teléfono sonó, en el salón del apartamento, cuando Byron Bannister, en la cocina, tendía una taza llena de azúcar a su vecina, la señorita Allister. —¿Tendrá suficiente? —preguntó cortésmente Byron. —Oh, sí… ¡Ya lo creo! En realidad, tengo azúcar en casa, pero no la suficiente. La última vez puse tan poca que el «plumcake» me salió demasiado soso. Por eso me he decidido a molestarle, señor Bannister.