La avioneta tomó tierra en aquel ancho claro de la selva, y un hombre saltó inmediatamente de ella, dejando el motor en marcha. Miró con expresión sobresaltada a su alrededor, ya pistola en mano… Pero su nerviosismo se calmó considerablemente cuando vio aparecer a los tres hombres al borde del bosque, corriendo hacia él, agitando los brazos y gritándole, en inglés, que volviera inmediatamente al aparato. Así lo hizo Joao Limoes, dejando abierta la puerta del aparato. Estaba sentándose ante los mandos cuando vio aparecer, por otro punto del lindero del bosque, no menos de cincuenta hombres, todos ellos asiáticos, uniformados, agitando sus fusiles. Corrían también hacia el aparato, convergiendo con los tres americanos.
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La avioneta tomó tierra en aquel ancho claro de la selva, y un hombre saltó inmediatamente de ella, dejando el motor en marcha. Miró con expresión sobresaltada a su alrededor, ya pistola en mano… Pero su nerviosismo se calmó considerablemente cuando vio aparecer a los tres hombres al borde del bosque, corriendo hacia él, agitando los brazos y gritándole, en inglés, que volviera inmediatamente al aparato. Así lo hizo Joao Limoes, dejando abierta la puerta del aparato. Estaba sentándose ante los mandos cuando vio aparecer, por otro punto del lindero del bosque, no menos de cincuenta hombres, todos ellos asiáticos, uniformados, agitando sus fusiles. Corrían también hacia el aparato, convergiendo con los tres americanos.