Subía lentamente, cansado. Catorce horas al volante de uno de aquellos camiones era más que suficiente pera cansar incluso a un hombre de su imponente constitución física y todavía joven. A los cuarenta y cinco años, Serge Danowsky conservaba todo el vigor de un hombre en la plenitud. Tenía algunas canas, pero eso es natural a esa edad. Por lo demás, con sus seis pies tres pulgadas de estatura, sus anchísimos hombros y sus fuertes músculos abultados, Danowsky era un asombroso ejemplar de hombre, aunque quizá un tanto pesado. Vestía toscamente, pero limpio y arreglado.
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Subía lentamente, cansado. Catorce horas al volante de uno de aquellos camiones era más que suficiente pera cansar incluso a un hombre de su imponente constitución física y todavía joven. A los cuarenta y cinco años, Serge Danowsky conservaba todo el vigor de un hombre en la plenitud. Tenía algunas canas, pero eso es natural a esa edad. Por lo demás, con sus seis pies tres pulgadas de estatura, sus anchísimos hombros y sus fuertes músculos abultados, Danowsky era un asombroso ejemplar de hombre, aunque quizá un tanto pesado. Vestía toscamente, pero limpio y arreglado.