A decir verdad, y pensándolo detenidamente, el pueblo no era una maravilla. Tampoco era un asco, como otros pueblos, claro, donde todo se reducía a polvo, boñigas de caballo en la calle mayor, y unos pocos corrales en las otras callejas que, inevitablemente, desembocaban en dicha calle mayor. No señor. No era un asco. Tampoco una maravilla, pero no era un asco. Por ejemplo, de cuando en cuando llovía, así que no había demasiado polvo. Había dos bancos, tres «general store», un estupendo establo público, una peluquería que era a la vez casa de baños, dos hoteles, un montón de cantinas, una iglesia, un sitio donde por una módica cantidad se podía comer aceptablemente, y, puestos a tener, Green Valley tenía hasta médico y alguacil, entre otras muchas cosas. Pero, sobre todo, y aunque estuviese muy cerca de las fronteras con Oklahoma, Arkansas y Luisiana, aquel pueblecito llamado Green Valley estaba en Texas.
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A decir verdad, y pensándolo detenidamente, el pueblo no era una maravilla. Tampoco era un asco, como otros pueblos, claro, donde todo se reducía a polvo, boñigas de caballo en la calle mayor, y unos pocos corrales en las otras callejas que, inevitablemente, desembocaban en dicha calle mayor. No señor. No era un asco. Tampoco una maravilla, pero no era un asco. Por ejemplo, de cuando en cuando llovía, así que no había demasiado polvo. Había dos bancos, tres «general store», un estupendo establo público, una peluquería que era a la vez casa de baños, dos hoteles, un montón de cantinas, una iglesia, un sitio donde por una módica cantidad se podía comer aceptablemente, y, puestos a tener, Green Valley tenía hasta médico y alguacil, entre otras muchas cosas. Pero, sobre todo, y aunque estuviese muy cerca de las fronteras con Oklahoma, Arkansas y Luisiana, aquel pueblecito llamado Green Valley estaba en Texas.