KING KILGORE se detuvo en lo alto de la loma. Había llegado. A sus pies, ocupando buena parte de aquel enorme llano, se extendían los cuarenta y seis pozos de petróleo propiedad de su mejor amigo Abel Dittisham. ¿Su mejor amigo? No. Su único amigo. Eso estaba mejor dicho.
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KING KILGORE se detuvo en lo alto de la loma. Había llegado. A sus pies, ocupando buena parte de aquel enorme llano, se extendían los cuarenta y seis pozos de petróleo propiedad de su mejor amigo Abel Dittisham. ¿Su mejor amigo? No. Su único amigo. Eso estaba mejor dicho.